Lo que comenzó como una misión científica para estudiar el deshielo del Ártico terminó revelando uno de los secretos mejor guardados de la Guerra Fría. En abril del pasado año, un avión de la NASA sobrevoló el noroeste de Groenlandia equipado con un radar de penetración profunda para cartografiar el lecho rocoso bajo la capa de hielo. Pero, a unos 30 metros de profundidad, los sensores dejaron de registrar formaciones naturales. En su lugar aparecieron patrones regulares y túneles artificiales: los restos de Camp Century, una base militar estadounidense enterrada desde hace más de medio siglo.
Un descubrimiento accidental
El hallazgo fue obra del equipo liderado por los glaciólogos Chad Greene y Alex Gardner, que participaban en una misión de observación del cambio climático. Al revisar los datos, notaron una red subterránea perfectamente ordenada, algo imposible de explicar por procesos geológicos.
Poco después, la investigación confirmó lo que durante décadas había sido solo un rumor entre historiadores militares: la existencia de una “ciudad bajo el hielo”, construida por el Ejército de Estados Unidos en plena Guerra Fría.
La base secreta de la Guerra Fría
Camp Century se construyó en 1959, en el momento más tenso de la rivalidad entre Washington y Moscú. Oficialmente se presentó como una estación científica polar, pero formaba parte del Proyecto Iceworm, un plan secreto que buscaba desplegar bajo el hielo una red de túneles de más de 4.000 kilómetros capaz de albergar hasta 600 misiles nucleares dirigidos a la URSS.
El proyecto se ejecutó sin conocimiento del Gobierno de Dinamarca, del que dependía Groenlandia en aquel momento. En su apogeo, la base contaba con 21 túneles principales, talleres, dormitorios, cocinas e incluso una pequeña capilla. Todo funcionaba gracias a un reactor nuclear portátil PM-2A, que evitaba depender del suministro de combustible fósil.
El fracaso del “Iceworm”
El plan no tuvo en cuenta un factor esencial: el hielo se mueve. Aunque avanza solo unos centímetros al día, esa presión deformó las estructuras subterráneas y acabó haciendo inviable la operación. En 1967, tras ocho años de actividad, Camp Century fue abandonada y sellada.
El reactor nuclear fue retirado, pero los residuos permanecieron bajo el hielo: más de 200.000 litros de desechos tóxicos, incluidos 53.000 galones de diésel, 63.000 de aguas residuales y materiales contaminantes usados en la construcción.
Una amenaza ambiental emergente
Durante décadas se asumió que esos residuos permanecerían congelados para siempre. Sin embargo, el avance del cambio climático ha alterado ese equilibrio. El deshielo progresivo está empezando a exponer los restos de la base, generando preocupación por un posible impacto ambiental en el Ártico.
Los sensores de la NASA también detectaron variaciones químicas en el hielo que rodea la zona, indicio de filtraciones que podrían liberar contaminantes en el futuro si el deshielo continúa.
Un recordatorio del pasado
Camp Century fue uno de los experimentos más ambiciosos —y más controvertidos— de la Guerra Fría. Lo que se presentó como un proyecto científico terminó convertido en un símbolo de los riesgos de la carrera nuclear.
Hoy, más de medio siglo después, su redescubrimiento corre a cargo de los mismos científicos que estudian el impacto humano sobre el planeta. Una coincidencia que devuelve a la superficie no solo los residuos del pasado, sino también una advertencia: incluso los proyectos olvidados pueden volver a emerger cuando el hielo se derrite.
